Nada que ría será inaugurada en Galería Artizar el próximo 11 de septiembre a las 11 h., y podrá ser visitada hasta el 16 de octubre en los horarios habituales (lunes a viernes de 10’30 a 13’30h. y de 17 a 20’30h; sábados de 11 a 14 h). Dadas las circunstancias sanitarias en las que nos encontramos, se controlará el aforo a la galería y es obligatorio el uso de mascarilla mientras se permanezca en ella.
Julio Blancas (Las Palmas, 1967) es un artista serio y su trabajo uno de los empeños creadores más serios de nuestro ámbito cultural en lo que va de siglo. Es una seriedad que tiene que ver más con la actitud ante la obra -casi casi entendida como la vida- que con su propio carácter y el de cada obra en particular, ante las que no es raro terminar sonriendo y hasta riendo de admiración, sorpresa o placer. Seriedad que confirman tres décadas de persistente e incansable labor para sacar a la luz, sin pensamiento alguno que le sea extraño, una Naturaleza esencial y trascendente que nos identifica. Y, por último, seriedad aplomada por su entrega visceral al lápiz de grafito y al continuo aprendizaje y perfeccionamiento de todos los aspectos del oficio que ejerce, que al cabo configuran una ciencia del dibujo – “mi oficio es más científico que poético” dirá Ponge en una de las cartas del cuaderno- que lo ha convertido en un artista profundamente respetado.
En el inhabitado bosque de pinos del autor de Le parti pris des choses (De parte de las cosas) no hay “nada que ría², pero qué saludable holgura, qué templanza de elementos, qué salón de música tan sobriamente perfumado, sobriamente adornado, tan bien hecho para el paseo serio y la meditación… De tanto en tanto una roca solitaria agrava aún el carácter de esta soledad, fuerza lo serio”. La verdad es que sólo habrían bastado las palabras anteriores para apreciaresta exposición, incluso para comprenderla, porque tampoco ríe nada en la piadosa soledad de los nuevos bosques de Julio Blancas y, además, una piedraentre ellos fuerza lo serio.
Stoneyway, Caída y Simétrico son los títulos de tres bosques de pinos que Blancas realizó en la segunda mitad del pasado año. A diferencia de los atormentados y expresionistas de hace una década, los presentes dibujos invitan a un paseo asaz espiritualizado y poseen una extraña capacidad para conducirnos por ellos, a poco que dejamos atrás su preciso realismo y nos adentramos en su vigorosa ejecución. Habitamos, entonces, el hogar arbolado donde siempre se ha reconocido, donde veinticinco años atrás su obra afrontaba el reto de crear un lugar propio y una naturaleza también propia en sus primeros grandes bosques.
Desaguan estos paisajes boscosos en un políptico que evoca un barranco. Es una obra de 2006 que nos remite a la segunda fase de los paisajes líticos, en la que prescinde de los efectos ópticos y la luminosidad mineral que habían sido señas de identidad en los comienzos de la década, y acomete un dibujo clásico, definido trazo a trazo, en el que todos los grados de la luz y las sombras que lo determinan han sido dibujados de manera enérgica y rotunda. Blancas lo presentó en 2007 en el contexto de la exposición individual promovida por el Gobierno de Canarias, en cuyo catálogo se reproducía en último lugar. No era casual -como casi nada en el desarrollo de su obra- pues advertía del retorno a un nuevo espacio transitable donde poco tiempo después plantaría aquellos otros bosques, los más enigmáticos y desmedidos de toda su producción. A tenor de esta cíclica emergencia, los bosques parecen ser los pulmones con los que Julio Blancas oxigena su obrar.
Piedra (2020) es un objeto mimosamente interpretado que parece una roca granítica. Por evocación, juega con el sentido de otra escultura realizada por el artista en 1996, el Callao de playa que creó desgastando durante tres semanas un bloque de mármol negro de Bélgica. En Piedra, por el contrario, ha empleado seis meses para convertir una armadura de madera en un pedazo de granito, recreando la superficie granulada del mineral con minúsculas y precisas gotas de pintura blanca sobre pequeñas manchas de pintura negra y viceversa, que la cubren por completo. La roca, que de lejos forzaría a lo serio, en la proximidad nos magnetiza y acaba deleitándonos el dilatado empeño, la delicadeza y el ingenio que, como en Callao, cristalizan en una detenida meditación sobre el ser y la presencia.
Dos series de trabajos de pequeñas dimensiones completan la exposición. Las separan veinte años y corroboran el sustrato analítico del quehacer de Blancas. La primera es una colección de collages fotográficos que expone ahora por primera vez. Realizados con imágenes de rocas y formaciones basálticas tomadas en sus paseos por los barrancos y montes de la isla, estos collages constituyen el ámbito de referencias que lo envolvía cuando dibujaba el Gran grafito (2000), y están en el origen de buena parte de la obra grafítica abstracta. Su presencia en Nada que ría evoca también un vínculo histórico que nos remite a Triálogos (2000), la exposición colectiva de Galería Artizar en la que Julio Blancas mostró el Gran grafito al público por primera vez y con la que iniciaba una larga, productiva y estimulante relación profesional que hasta hoy llega.
Por último, la serie más reciente está formada por pequeños dibujos sobre papel traslúcido, manchas de grafito suspendidas en la ausencia que en realidad son huecos de su corteza, un enladrillado azaroso inspirado en formas erosionadas de esa Naturaleza por la que Blancas ha puesto a meditar toda su obra.
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