Javier Ferrer estrena MóVéRé
Instalación performática
MóVéRé
- 7 marzo – 26 abril
- El Almacén
- Entrada libre y gratuita
“Lo que propongo al visitante de El Almacén es encontrarse con un bailarín en proceso creativo”
“La música cogía mi cuerpo y lo sacudía”. Ese fue el primer contacto con la danza de Javier Ferrer, cuando siendo adolescente cerraba la puerta de su cuarto, ponía los temas de sus artistas favoritos y se dejaba llevar. No soñaba con ser bailarín. Ni siquiera se le pasaba por la cabeza. Solo era un chico tímido que, en la soledad de su cuarto, daba “rienda suelta a sus extremidades y a su torso”. Lo mismo que sigue haciendo hoy, improvisar, pero ahora con más de 20 años de trayectoria profesional, ensayos y técnica a sus espaldas.
La suya no es la historia convencional de un bailarín formado desde su niñez. La primera vez que asistió a una clase tenía ya 17 años. Hasta entonces, solo había tenido dos experiencias. La primera, en aquella intimidad de su habitación. La segunda, cuando con 15 años decidió apuntarse con un amigo a la comparsa Los Guaracheros. “Yo era de los que ponían atrás porque no daba pie con bola, era el patito mareado”, bromea.
Sin embargo, su paso por la comparsa sí encendió una primera luz. Fue viendo a una de sus compañeras, Norma, que tenía un ritmo y una elegancia especial al bailar. ¿Su secreto? Había tomado clases de ballet clásico desde niña. Aquella conversación volvió a la mente de Javier cuando después se topó con una clase de ballet en la Escuela Pancho Lasso y se quedó mirando embelesado. La profesora le invitó a sumarse y así empezó todo. La bailarina Julia Olmedo fue la primera en ver su potencial y la que le facilitó el camino para irse a Madrid a estudiar.
“Yo vengo de una familia humilde y ni me planteaba salir de la isla”, recuerda. Tras convencer a sus padres, que no fue fácil, con 18 años ingresó en la Escuela de Danza Clásica de Carmen Roche, “medio becado” gracias a su mentora. “Fueron dos años bastante intensos a nivel físico. Me catapultó el cuerpo”, recuerda. El hándicap era que la mayoría de sus compañeros y compañeras estaban formándose desde los 6 años, pero Javier descubrió una disciplina en la que se movía “como pez en el agua”: la danza contemporánea.
Alentado por un profesor ingresó en el Real Conservatorio Profesional de Danza de Madrid; y el primer año ya fue seleccionado para una coreografía con alumnos de sexto. En segundo recibió una oferta de una compañía de danza y empezó a compaginar trabajo y estudios, hasta que se hizo imposible por las giras y sus profesores le dieron un ultimatum. Aún recuerda sus lágrimas cuando le comunicaron que estaba fuera del Conservatorio; pero en realidad ya había iniciado el camino que quería. Desde entonces ha ido encadenando proyectos que le han llevado a vivir en Tenerife, Barcelona, París, Argentina, México, Colombia y finalmente Berlín, creando y bailando con reconocidos coreógrafos.
Recientemente ha regresado a Lanzarote -“desde el día que me marché sabía que volvería, porque soy un enamorado de mi tierra”- y el 7 de marzo estrena un original proyecto en El Almacén, MóVéRé. Una exposición performativa que se mantendrá hasta el 26 de abril para no dejar a nadie indiferente.
¿Qué significa “MóVéRé” y cómo surgió la idea de este espectáculo?
El nombre MóVéRé proviene de la raíz etimológica de “movimiento”, y su escritura con acentos propios busca representar las múltiples interpretaciones que puede generar una obra contemporánea.
La idea de la performance surge de una concepción del cuerpo en movimiento como una instalación viva, sin un principio ni un final definidos. Se trata de un instante capturado en el espacio, donde el espectador tiene la libertad de decidir cuánto tiempo observa y desde qué perspectiva lo hace. Siempre me ha fascinado la analogía entre la danza y la escultura clásica -como las obras griegas o romanas en los museos-, donde el visitante rodea la pieza, apreciando la técnica, la fuerza y la expresividad de su forma. Este proyecto lo he desarrollado en diferentes ocasiones, explorando distintas duraciones y enfoques, pero siempre manteniendo la misma esencia: el cuerpo como objeto artístico en constante transformación.
En esta ocasión el público tendrá la oportunidad no solo de observar, sino de interactuar y darle indicaciones para participar en el proceso creativo. ¿Ha tenido experiencias previas de comunicarse con el público mientras actúa?
Cuando hago mis propios proyectos, me gusta decir que hago una performance más que un solo de danza, precisamente por el hecho de que involucra al público. Se crea un diálogo entre el público y el intérprete. Cuando rompes esa cuarta pared que le llamamos y miras al público a los ojos, ya lo comprometes. Por muy efímero que sea el diálogo, por muy en el aire que quede, ahí hay una conexión, hay un diálogo visual en el que estoy aquí haciendo esto para que tú tengas una respuesta. Una respuesta que puede ser incomodarte en la silla y moverte, puede ser toser, puede ser mirarme con la boca abierta o puede ser… yo que sé, te puedes levantar y te puedes ir.
De hecho, llevar la danza a escenarios poco convencionales no es algo nuevo en su carrera…
Me gusta bailar en salas pequeñitas y si el público está de pie o alrededor o sentado en el suelo, mejor. Eso me gusta muchísimo porque la experiencia que me llevo, sobre todo en el momento, es muchísimo más enriquecedora. No sabría explicar por qué, pero todo cobra más verdad. No estoy interpretando a un bailarín que está intentando ser esa persona. Estoy interpretando a Javier, que en este momento, por ejemplo en mi último solo, es una figura femenina. Y esa figura femenina intenta provocar una disconformidad en el ojo del visitante o en el ojo del público. Hiperfeminizar mi movimiento para dejar esa pregunta en el aire: ¿Qué es lo que te incomoda de esto? Y más ahora que parece que la sociedad está un poco dando zancadas hacia atrás con este tema de la feminidad.
“En mis proyectos siempre improviso, no tengo una coreografía cerrada. Me gusta salir, empezar desde cero en un escenario y llegar al 100% de la mano del público”
Esa comunicación con el público va a ser mucho más explícita ahora en MóVéRé. ¿Cómo espera que influya esa interacción en el desarrollo de la obra?
Pues tengo muchísima curiosidad. Me he hecho 4.000 películas en la cabeza de qué pasa si nadie colabora, o si de repente quiere colaborar todo el mundo, o si la gente lo toma como una posibilidad para lanzarse a bailar ellos también… Me asaltan muchas preguntas, pero creo que eso lo iré resolviendo o manejando sobre la marcha, porque se me da bien improvisar y es el lo que me apoyo siempre. Yo nunca hago una coreografía de aquí va este brazo, aquí va el otro, aquí cojo un diálogo con el cuerpo y tiro de él… Cuando llego a escena, lo que surge es todo el entrenamiento, toda esa información que he recogido durante los ensayos, más la del momento mágico que te toca el universo cuando estás en escenario. Casi se te ponen los ojos para atrás y te conviertes en una súper persona. Cuando trabajo para una compañía me adapto a la coreografía y al coreógrafo, pero en mis proyectos improviso, porque me parece más de verdad el diálogo. Estoy contando algo de verdad ahora. Me gusta salir, empezar desde cero en un escenario y llegar al 100% de la mano del público
Con esa premisa, lo más probable es que cada día en El Almacén los visitantes se encuentren con un espectáculo totalmente distinto, ¿no?
Por supuesto, porque todo va a ser improvisado. Mi lenguaje físico, el que he ido entrenando todos estos años, estará ahí, pero el diálogo va a ser diferente cada vez, porque lo que propongo al visitante de El Almacén es que se va a encontrar con un bailarín en un proceso creativo. Yo voy a llegar, voy a hacer mi clase de estiramiento, que no se cuánto voy a tardar porque depende de lo que te pida el cuerpo cada día, y después me llevaré algo escrito, porque los bailarines siempre escribimos mucho o dibujamos cuando vamos a crear, lo plasmamos en papel. Llevaré algo a estudiar con el cuerpo y ese estudio puede que dure dos días, una semana o si de repente la cosa va muy bien, pues puede que dure incluso las 7 semanas. Ahora estoy empezando a investigar con la violencia y a lo mejor puede que tire por ahí. No creo que sea las 7 semanas dedicándome al concepto de la violencia, pero sí algunos días.
“Espero que las personas que visiten El Almacén se tiren a la piscina conmigo. Que se tomen su tiempo de ver qué pueden proponer; y yo de eso haré una interpretación con mi lenguaje”
¿Qué le gustaría que se lleven los visitantes?
Que experimenten, que se tiren a la piscina conmigo, que se tomen su tiempo. Cada uno es libre de hacer lo que quiera en la sala, por supuesto, pero que se tomen el tiempo de observar y de ver lo que pueden proponer. Esa proposición puede ser algo muy sencillo, como “camina de aquí a allí”, “mueve el codo” o “baila con los ojos”; y yo de eso haré una interpretación con mi tipo de lenguaje. Que una persona me diga “mueve el codo”, no quiere decir que yo lo mueva como si estuviese batiendo un ala. Siempre investigaré con las posibilidades que hay de bailar con el codo y con mi línea de movimiento. El otro día hablando con una amiga me decía: “¿Qué pasa si alguien viene y te dice que bailes unas sevillanas?” Pues claro que sí, te las bailo, pero sevillanas como lo haría Javier, el bailarín de danza contemporánea. Investigaré los conceptos de la sevillana, investigaré los conceptos de esos brazos, de esos zapateados, pero a través del lenguaje del contemporáneo.
La propuesta suena exigente, porque estará seis horas de lunes a viernes y cuatro horas los sábados durante más de mes y medio. ¿Cómo se prepara física y mentalmente?
Pues físicamente lo he pensado y sí que ha habido momentos de vértigo. De decir: “¡Dios mío, en la que me estoy metiendo!”. Pero al final en un ensayo de una compañía estás seis horas u ocho horas en el estudio. Y también estuve haciendo una residencia artística y le echaba muchas horas. Había horas vagas, por supuesto, en las que el cuerpo no se mueve tanto. Horas o minutos. Hay intervalos de tiempo en los que el cuerpo te va al 100% o al 200% y otros que vas a 5, pero no quiere decir que estés parado, sino que vas a otro ritmo. Dos días antes de empezar MóVéRé cumplo 41 años y me hubiese encantado coger este proyecto con 25, pero mentalmente ya llevo un tiempito procesándolo, porque va a ser intenso.
¿Hay pausas o descansos previstos durante cada actuación?
La idea es que no. Sí tendré alguna pausita para echarme un enyesque para subir la glucosa, para beber o para escribir o para buscar alguna música que me inspire más o apagar la música, ese tipo de pausas. Pero la idea es no abandonar la sala y estar ahí investigando con el espacio físico, con la música, con el tiempo, con el silencio, con todo. Investigar con mi cuerpo. Y por supuesto abierto a todo a lo que me diga el visitante, que es lo más importante de la exposición.
Tras su regreso a Lanzarote, ¿tiene ya algún otro proyecto en mente, algo que le gustaría traer a la isla después de MóVéRé?
Pues estoy escribiendo ahora mismo un dossier que quiero presentar al Cabildo para abrir un centro de arte contemporáneo de las artes escénicas en Lanzarote. No quiero decir que lo tenga que hacer yo, ni dirigir yo; solo quiero hacerles entender a las instituciones que el público de Lanzarote tiene derecho a tener este espacio en la isla. Un espacio donde se comparta con otros bailarines de Canarias. Donde se comparta movimiento, se comparta conocimiento, se comparta esta disciplina y este arte. El Almacén ya está como Centro de Arte Contemporáneo, pero más destinado a las artes plásticas, y falta eso: una sala de ensayos donde la gente pueda dar rienda a ese arte, porque ya somos unos cuantos. Y después acabo de parir un solo que llevaba tiempo trabajando, y tengo otro que parí hace un par de años y que por la mudanza no me ha dado tiempo a moverlo, y ahora me queda ofrecerlos. Seguiré tocando puertas para que me dejen mostrar esto que he ido aprendiendo y perfeccionando durante tantos años. Ahora no me queda sino mi deber como profesional de mostrárselo al público de Lanzarote.
El lado “oscuro” de la danza
Aunque a Javier Ferrer nunca le ha faltado trabajo en el mundo de la danza, el camino no siempre ha sido fácil. Esa eterna vida de giras tenía un coste personal: “Me perdía muchas cosas y me acababa distanciando de amistades o de parejas que me decían: ‘Este ritmo de vida no es para mí’”. Incluso en dos ocasiones llegó a dejar la danza durante un tiempo, hasta que “el gusanillo picaba en la barriga” de nuevo. “No concibo hacer otra cosa que no sea bailar”, confiesa.
En su caso el balance es positivo y está “muy contento” con su recorrido y con lo que ha aprendido de cada profesional con quien que ha trabajado, pero también tiene algunos “recuerdos oscuros”. Especialmente de una coreógrafa con la que trabajó en sus inicios y que “se comportaba como una ogra” con él y con otra compañera. En general, lamenta que en la danza sigue habiendo profesionales “con una manera de trabajar un poco antigua, en la que se creen que faltando respeto y siendo extra duro se consiguen mejores cosas, cuando no es así para nada”.
“Es un tema del que se habla muy poco, pero en muchas compañías, en la cantera que no llega a los 17 años, hay muchos problemas de trastornos alimenticios generados por directores y coreógrafos”, advierte.