Rescata en su nuevo libro “La cultura del volcán”
“El ser humano no tiene nada que hacer ante los volcanes y está bien saber que tenemos límites”
Fechas de la presentación del libro
- 8 de noviembre: A las 17 horas, en el Centro de Visitantes de Timanfaya.
- 15 de noviembre: A las 19 horas, en la Casa de la Cultura de Arrecife.
- 21 de diciembre: A las 12 horas, en la Casa Benito Pérez Armas de Yaiza.
- 26 de diciembre: A las 18 horas, en la Biblioteca Municipal de Teguise.
- 27 de diciembre: A las 19:30 horas, en la Sociedad Democracia Arrecife.
“Es hora de conocer y reconocer ese enorme esfuerzo, ese derroche de trabajo, imaginación y creatividad, ese empeño en sobrevivir, esa enorme aportación a la identidad de Lanzarote que significó la cultura del volcán”. Así introduce su nuevo libro el arqueólogo y doctor en Historia José de León Hernández, que en esta obra vuelve a adentrarse en un territorio poco explorado hasta ahora.
Si en su tesis doctoral y en sus dos primeros libros consiguió reconstruir el pasado desconocido de la isla antes de las erupciones del siglo XVIII, ahora arroja luz sobre otra realidad no menos fascinante: qué pasó el día después de esas erupciones. Cómo se enfrentaron los lanzaroteños a “un paisaje inédito, recién creado, sin historia, sin nombres, intransitable, desconocido, del que no se sabía qué recursos podía ofrecer y qué aventura podía cobijar”.
José de León nació en Uruguay como “hijo de la emigración”, y de ahí le viene el apodo por el que lo conocen todos, “Pepe el Uruguayo”. Sin embargo, cuenta con orgullo que su padre nació a 90 metros del volcán de Tao, porque su familia paterna vivía junto a un cráter histórico. Hoy, su hija de diez años, Tamia, tiene nombre de volcán.
La misma edad tenía él cuando sus padres regresaron a Canarias, y fue entonces cuando se dejó atrapar por la magia de los volcanes. Aunque se asentaron en Gran Canaria, los veranos de su infancia están ligados a Tiagua. A los días explorando solo entre el jable, jugando sin saberlo a ser arqueólogo y dando sus primeros pasos infantiles hacia el que sería su futuro.
A su tesis doctoral “Reconstrucción del territorio y las aldeas sepultadas por las erupciones volcánicas del siglo XVIII”, le siguieron dos libros: “Lanzarote bajo el volcán” y “Timanfaya: historia y territorio antes del volcán”. Ahora regresa con “La cultura del volcán” -producido por Ediciones Remotas y por el Parque Nacional de Timanfaya, coincidiendo con su 50 aniversario-, para “aportar la otra página de este pasado, también prácticamente desconocida: la historia y la cultura que surge después de las erupciones en ese territorio”.
Redacción Mass Cultura
En el libro anterior abordaba lo que el volcán se llevó, y en éste de lo que el volcán nos dejó. ¿Cuál de los dos trabajos le ha resultado más grato?
Son distintos, porque son también distintas épocas y distintas edades mías. El primero empezó en los años 90 y fue algo también inédito para mí, porque yo soy arqueólogo y realmente debajo de las lavas es casi imposible recuperar nada. Entonces se me ocurrió trabajar con documento antiguo. Pensé que tenía que haber mucha información de lo que había en ese momento, ya que la arqueología no lo puede resolver, y efectivamente hay miles de documentos. Fueron 11 años de trabajo. Inventé como un sistema de localización geográfica de toda esa información, proyectando topónimos conocidos. Y luego hay una parte también importante de información oral, que es el grueso de este libro de ahora. No había mucha, pero sí tenía un valor cualitativo muy grande, porque eran recuerdos que aún quedaban en la gente sobre esa erupción. La parte más gratificante de este nuevo libro ha sido ese trabajo directo con la gente. Casi el 90% de las personas que están en este libro han fallecido. Era convivir con gente que al principio se sorprendía de que esa parte de su vida fuera importante y se iba generando un proceso de autoestima, que se ve reflejado en las entrevistas, en el trabajo de campo. Entonces son dos momentos y dos gratificaciones distintas.
Habla de la singularidad que tiene la cultura del volcán en Lanzarote, entre otras cosas porque las erupciones venían precedidas de otras desgracias y había “un empeño en sobrevivir”. ¿Cuál es la mayor huella que ha dejado eso en la identidad de la isla?
Esto atraviesa toda la historia: desde los primeros majos que llegan a una isla donde no hay agua, y no solo deciden asentarse, sino reproducirse, y generan toda una cultura impresionante adaptada a un área desértica aislada. Después llega la conquista y ahí se mezclan con la nueva población europea y sobre todo africana, morisca, y siguen sobreviviendo, no solo en condiciones extremas naturales, sino también en condiciones muy duras sociopolíticas, por las relaciones de poder que había. Y luego vienen las invasiones piráticas, que supusieron un tremendo impacto humano. Yo diría, incluso, que en ese momento, más dramático que las propias erupciones. Y todavía con eso muy vivo, llegan las erupciones volcánicas. Aquello podía durar un mes o unos cuantos días, ¡pero la erupción dura casi seis años! Y quizá lo más dramático es que no sabían cuándo iba a terminar, porque había momentos de calma de dos o tres meses, y cuando la gente intentaba rehacer su vida, empezaba otro volcán sin saber dónde. Esa situación de incertidumbre tuvo que provocar una psicosis, aparte de estar todo ese tiempo con ruidos permanentes, con olor a azufre, con resplandores, con movimientos de tierra… Fue una situación dramática y la gente termina por convivir con eso.
“En Lanzarote llegó a haber más vacas que camellos, y había una llanura verde llena de trigales y plantaciones de cebada”
Dice usted en el libro que seis años de erupciones es una eternidad. ¿Cómo era esa convivencia? ¿Cómo era el día a día de los que se quedaron en la isla?
Ellos se mueven por el medio del volcán durante la erupción. Empiezan a poner en producción las zonas de arena, porque descubren que la arena aumenta la productividad de la tierra, y algunos viejos contaban que hacían hasta bailes delante las luces de los volcanes, porque no podían dormir por la noche. Como ocurrió ahora en La Palma y en muchos sitios, la gente un poco se va adaptando a esa situación. La verdad es que es una situación extrema, pero mucha gente se queda en la isla y convive con esa realidad.
Llaman la atención en el libro esos contrastes entre la dureza de las erupciones y otras imágenes que describe, como la de niños jugando con la colada volcánica, poniendo objetos en su camino. Casi parecen los niños que en medio de una guerra juegan a ser soldados…
Ahora las medidas de seguridad son extremas, como ocurrió en La Palma, y no te puedes acercar ni siquiera a la zona de colada ni a tu propia casa, pero en aquella época no era así. Incluso hay fotos del volcán de San Juan en La Palma donde se ven niños junto a las coladas. Hoy en día se prioriza la vida humana, pero en el pasado no era así, y se convivía, sobre todo en las zonas de coladas más lentas. Además surgió todo un mundo de creencias, de cuentos, de leyendas, no solo en el aspecto religioso sino también en el aspecto místico. Seguro que hubo mucho alrededor del tema, porque la gente no sabía exactamente qué era. Salvo la Iglesia, que les recordaba que era un castigo de Dios porque no pagaban diezmos. Pero la gente en sí, imagínate, porque en Lanzarote no tenían antecedentes. Lo único que sí había era gente de Tenerife y La Palma que seguramente alguno sí habría vivido erupciones y lo comentaría, pero la gente no tenía ni idea.
En el libro aborda lo que se construyó sobre el nuevo territorio, no ya en lo material, sino en lo cultural y en la identidad. ¿Puede imaginar cómo sería hoy la isla si no hubieran existido esas erupciones?
Por ejemplo, en vez de ir a comer al bar del Rubio a Tao, a lo mejor iríamos a Chimanfaya al teleclub. Y seguramente Tías no existiría como municipio, y Tinajo no sería Tinajo, sino Mancha Blanca. Luego toda la gran zona central de la isla eran zonas de vega agrícolas, aunque también había malpaíses. Habría un enorme barranco por la zona de Masdache que se dividiría en dos a la altura del complejo, uno que llegaría casi hasta la Caleta de la Villa y el otro casi hasta Arrecife, donde está la casa de César Manrique. Habría montañas que algunas no existen y desde luego habría algunas zonas donde no habría montañas. O sea, sería bastante diferente. La costa no se transformó tanto al ser una isla llana. También habría ermitas, que nadie tiene ni idea. En Santa Catalina, en medio de esa lava estaba una ermita importante, y otra también fue la de San Juan. Para mí la más llamativa fue la de Candelaria, en la que había una aldea y una ermita.
Entre la cantidad de nombres de pueblos que han desaparecido y la descripción que hace, por ejemplo, de lo que era el sector primario antes de las erupciones, parece que estamos en otra isla totalmente diferente.
Sí. De hecho, ya incluso antes de las erupciones, la isla se especializa en la producción de granos, igual que Fuerteventura. Lanzarote venía de años buenos, toda esa llanura verde, lleno de trigales, plantaciones de cebada, vacas… De hecho, llegó a haber más vacas que camellos. El jable mismo, que corrió y cambió la isla. En otro trabajo que he hecho, que estoy ahora terminando y vamos a publicar, hay siete pueblos sepultados también. Lanzarote es una isla de geología de tiempos cortos. Es decir, en poco tiempo se transforma radicalmente su geografía y esto genera formas culturales de adaptación humana.
¿Otros pueblos afectados por los volcanes han tenido esa imaginación para reinventarse, por ejemplo con la agricultura o el sistema de producción de uva?
Es algo consustancial con la actividad volcánica. Ahí tenemos Indonesia, México, Italia… La particularidad de Lanzarote es que es una isla pequeñita y todo esto se adapta sin tener muchas posibilidades. Aquí la gente prefirió rehacer su casa en las coladas, como en Madache, en Uga o en el Islote, y aprovechar la ceniza, aunque su casa y sus aljibes estuvieran desbaratados, porque la ponían en producción. Y hoy en La Palma estamos viendo como algunos están intentando volver a sus casas y en algunas zonas están plantando, aprovechando también la arena del volcán. Lo que pasa es que hay que tener memoria histórica y conciencia del riesgo. En La Palma también hubo una explosión demográfica por leyes permisivas que permitieron hacer un montón de casas en suelo rústico, algunas dispersas encima de las coladas, y mira lo que pasa después… En Lanzarote, por ejemplo, si la colada que quedó asomando en la zona de Tegoyo hubiera continuado su recorrido hacia abajo, hubiera afectado a todo lo que hoy en día es Fariones, La Tiñosa y Puerto Calero. Es decir, hay que pensar que los volcanes en esta isla «solo duermen». En Lanzarote no parece que esa actividad sea muy continuada, al contrario que pasa con las islas occidentales, pero nunca se puede predecir. Mira lo que pasó en 1824 cuando nadie se lo esperaba y surgió de repente…
En el libro analiza los distintos nombres que se han empleado para designar toda la zona afectada por esas grandes erupciones del siglo XVIII: Montañas de Fuego, Timanfaya o simplemente el volcán. Personalmente, ¿usted con cuál se queda?
Yo me quedo con como me decía mi padre y mis abuelos. Mi padre nació a 90 metros del volcán de Tao; creo que es la familia que nació y se crió más cerca de un cráter volcánico histórico. Y siempre la gente llamaba a todo a las Montañas de Fuego, de manera genérica. Hoy en día, Montañas de Fuego se ha ido circunscribiendo cada vez más a la zona turística. Timanfaya probablemente sea una denominación que surge a partir de los estudios científicos y se va generalizando, aunque si tuviéramos rigor, sería Chimanfaya, que en realidad era una aldea y generalizó el nombre de todo. Volcán es como le llama la gente a todo lo que es la lava, está asociado a un recuerdo histórico relativamente reciente. Toda la lava es el volcán.
“Quizá lo más dramático es que no sabían cuándo iba a terminar la erupción, porque había momentos de calma y cuando la gente intentaba rehacer su vida, empezaba otra vez”
En la página que dedica a los agradecimientos, incluye uno llamativo: “A los volcanes, que nos enseñan que el ser humano no tiene un poder ilimitado”. ¿Qué mensaje quiere transmitir?
El de la enorme transformación que está viviendo nuestro territorio, y en particular la isla de Lanzarote, que es tremendo. Estamos en una isla volcánica y tenemos que tener conciencia de que somos pequeñitos y de que a veces es muy bueno poner límites a las cosas. Estoy haciendo un trabajo en la Playa Blanca, de enormes terrenos que eran comunales, de los pastores, que se van apropiando. Terminan por urbanizar cualquier esquina, con más de 24 hoteles ilegales por sentencia. En el caso de Timanfaya tuvo suerte porque la costa de Timanfaya es inabordable, es mar del norte, pero si hubieran podido, lo hubieran hecho también. Y no es solo la urbanización, sino que para hacerla necesitas jable, arena, actividad extractiva… En algún momento habrá que poner un coto para poder vivir. Mira también lo que está pasando con el agua. Por eso digo que los volcanes nos dejan una enseñanza. Se han intentado bombardear y desviar coladas y ni el ejército norteamericano superpoderoso y dueño del mundo puede hacer nada ante eso. Ahí el ser humano no tiene absolutamente nada que hacer y saberlo está bien, saber que tenemos esos límites.