Lanzarote se viste de Carnaval: pasado, presente y futuro de las mascaritas
El impulsor del Carnaval Tradicional de Teguise, Benito Cabrera, y el que ha puesto voz al Carnaval de Arrecife durante más de 40 años, Francisco José Navarro, reflexionan sobre la evolución de estas fiestas
El Carnaval calienta motores y muchos lanzaroteños ya han empezado a preparar sus disfraces para echarse a la calle desde el próximo 21 de febrero, cuando se celebrará el pregón de Arrecife. Otros, como Benito Cabrera y Francisco José Navarro, colgaron los disfraces hace años, pero sus nombres siguen estando íntimamente ligados a estas fiestas.
Cuando se les pregunta a ambos por sus recuerdos más especiales del Carnaval, sus respuestas no son casuales. Para Cabrera, se remontan a su infancia y a la Parranda Marinera Los Buches: “Ver por allí a Panchito Spínola, a la gente mayor cantando esas canciones que me parecían tan divertidas… Todo aquello me resultaba muy especial y es un recuerdo muy significativo para mí”.
Esa imagen cobra todo el sentido sabiendo que Benito Cabrera es el impulsor del Carnaval Tradicional de Teguise, que desde 2016 se incorporó al programa de las fiestas en La Villa. Y es que además de reconocido músico y timplista, también es investigador y firme defensor de la cultura y las tradiciones canarias. “Tenemos en Lanzarote uno de los carnavales tradicionales más antiguos y más especiales, incluso, de todo el ámbito del estado español, y pensamos que podía ser una buena idea que Teguise tuviera un encuentro de esos carnavales”, explica. Ese Carnaval Tradicional cumple este año su sexta edición, en la que a Los Diabletes, los Buches y otros elementos canarios se sumarán esta vez invitados peninsulares, llegados desde Navarra.
Para Francisco José Navarro, inevitablemente, sus principales recuerdos están unidos a las murgas. “El cariño y el respeto de los murgueros, eso no me lo quita nadie”, afirma. Y su respuesta también está cargada de significado. Navarro ha puesto voz durante más de 40 años al Carnaval de Arrecife y, sobre todo, ha sido el presentador de referencia del Concurso de Murgas. Este certamen cumplió el año pasado su edición número 34 y allí volvió a estar Navarro en el escenario, pero también estaba allí antes de que hubiera un concurso oficial.
“Al principio había poquitas murgas. Estaba Relamido, estaba La Casa del Miedo y después comenzaron Los Intoxicados, más tarde Los Gruñones… Eran unas cuatro murgas y no había concurso. Iban al escenario del Parque Islas Canarias, actuaban allí y ya está”, recuerda. Y quien les daba paso era él, igual que en las décadas siguientes lo ha hecho con los hijos e incluso los nietos de aquellas primeras generaciones. “Tengo recuerdos muy bonitos y me anima muchísimo sentir su cariño. Comenzaron chicos jóvenes y ahora vienen los nietos y me piden fotos para mostrarlas con la foto del abuelo”, confiesa emocionado.
Después surgieron más murgas y se tuvo que establecer un tiempo máximo de intervención, para que la gala no se alargara tanto. “Pero no lo respetaban”, recuerda Navarro con una sonrisa. Fue entonces cuando llegó el semáforo y después el cronómetro, corriendo el riesgo de que se interrumpiera su actuación si excedían el tiempo. “Hoy hacen solo dos canciones, pero antes te hacían un libreto con siete canciones por lo menos”, evoca.
Cada uno desde su época, desde su óptica y desde sus experiencias, si en algo coinciden Francisco José Navarro y Benito Cabrera es en lo que se ha ido transformando el Carnaval de Lanzarote.
De fiesta transgresora a espectáculo televisivo
Cabrera considera que el Carnaval sigue siendo “una de las fiestas más significativas del ciclo anual”, pero subraya que ha sufrido unos cambios “bastante notables” desde sus inicios: “De una fiesta rural, transgresora y con una carga social importante, hasta convertirse en algo más televisivo, menos apegado a la tradición y más convertido en una fiesta que ha absorbido elementos caribeños y brasileros y se ha convertido en algo un poquito más desnudo de los elementos que al principio tenían un sentido realmente crítico y social”.
Eso sí, matiza que “no significa que sea malo, sino que ha variado mucho”. “A mí me gustan más los carnavales tradicionales rurales, aquellos carnavales transgresores que estos actuales; pero bueno, está bien que la gente lo pase bien como le dé la gana”.
Para Cabrera, “el Carnaval de Día ha sido quizá la gran aportación de las instituciones, porque no tienes que salir a las 3 de la mañana para empezar a pasarlo bien”
En su caso, lo que más echa de menos -además de una mayor presencia de los elementos tradicionales- es esa parte transgresora. “Cuando yo llegaba a Tenerife desde Lanzarote y veía las murgas, me parecía que eran mucho más críticas que hoy en día, que hablan mucho de sí mismas. Les falta un punto. Menos voces, menos arreglos musicales y un poquito más de gracia y de crítica, como por ejemplo podemos seguir viendo en las chirigotas”, apunta.
Esa transgresión también la echa de menos en los disfraces. Afirma que antes “la gente se disfrazaba para vacilar, para quedarte con el otro”, y cree que ahora eso se ha perdido un poco y hay más “postureo”. Además, considera un “contrasentido” que los ayuntamientos marquen la temática del disfraz. “Va en contra absolutamente del espíritu carnavalesco, que es ir en contra de lo establecido. Que la propia institución establezca lo que va en contra de lo establecido, se carga totalmente el sentido de la fiesta”, cuestiona.
En contrapartida, el cambio que ve positivo es la introducción del Carnaval de Día: “Ha sido quizá la gran aportación de las instituciones, decir que no tienes que salir a las 3 de la mañana para empezar a pasarlo bien. Y reivindicar y recuperar un carnaval más familiar, en el que los padres pueden salir con sus hijos”. Además, también destaca como positivo que el Carnaval de Canarias es “muy sano”: “A diferencia de lo que vemos en otros Carnavales más inseguros, en Canarias no hay problemas ni conflictos”.
Aunque hoy en día ya no se disfraza, y su conexión con estas fiestas está ahora en el Carnaval Tradicional de Teguise, Benito Cabrera sí tuvo un pasado carnavalero. “Estuve incluso en una murga y me gustaba disfrazarme. Supongo que tiene que ver con la época vital en la que te encuentres”, apunta, recordando sus tiempos de universitario en Tenerife: “Es la época en la que el Carnaval también pasa por ti y lo vives de una manera muy intensa”.
Navarro recuerda el Carnaval que vivió en su niñez y en su juventud: “Era un carnaval muy pobre y nos revestíamos con lo que podíamos, pero lo vivíamos intensamente”
¿Lo mejor del Carnaval? “Todo lo que no sea muy organizado y donde la gente participa espontáneamente. Lo que me gustaba era ver a la gente bailando en la calle sin más, divirtiéndose, metiéndose unos con otros y no sabías si era un señor mayor, si era una señora, si era un chiquillo… Esa cosa de la máscara de desdibujar las fronteras, generacionales y sociales, para la transgresión”.
El Carnaval “clandestino” de la dictadura
La memoria de Francisco José Navarro se remonta a unos Carnavales más antiguos. De hecho, en su juventud ni siquiera llevaban oficialmente ese nombre. La dictadura franquista prohibió esta celebración y para mantenerla, pasaron a llamarla “fiestas de invierno”.
“El que viví en mi niñez y en mi juventud era un Carnaval que nada tiene que ver con el de hoy. Era un carnaval muy, muy pobre”, rememora. Los disfraces se improvisaban con lo que tenían a mano, que no era mucho: “Cogíamos ropa de nuestras madres o de nuestros padres y con los vecinos nos la intercambiábamos. Si yo le podía quitar a mi madre un traje o una falda o una pañoleta, se lo daba al vecino para que mi madre no me conociera y yo me ponía la de otra vecina”.
Tampoco había días y días de Carnaval en la calle: “Nos revestíamos y salíamos solamente el domingo de Carnaval y después a los bailes en las sociedades”. En total había tres, y la asistencia se organizaba según las clases sociales de la época. La sociedad Torrelavega, que era el lugar de encuentro popular; el Mercantil, “para los que tenían un duro en aquel tiempo”; y el Casino, “donde iban los ricos”.
Para burlar la prohibición de la dictadura, los Carnavales pasaron a llamarse “fiestas de invierno” durante el franquismo: “No podías ir con la cara tapada por la calle porque estaba prohibido”
Francisco José Navarro aún recuerda la ilusión con la que esperaba los tres domingos de piñatas que se celebraban: “Organizaban bailes y ponían una piñata colgada del techo en la sociedad y mientras iban bailando tiraban de una cinta y si era la buena, se rompía y te caían cuatro caramelos”. Después de esos tres domingos “ya entraba la cuaresma y se acababan los bailes”.
Además del cambio temporal de nombre, el otro cambio que dejó la dictadura en el Carnaval es que los disfraces no podían cubrir la cara. “No podías ir con la cara tapada por la calle porque te podía ver la Guardia Civil y estaba prohibido”, cuenta Navarro. Sin embargo, sí usaban caretas en los bailes dentro de las sociedades, aunque con unas reglas estrictas: “Cuando llegabas veían quién eras y te asignaban un número que apuntaban en un libro junto a tu nombre, y después te ponían ese número con un alfiler en el traje, para tenerte identificado si pasaba algo”.
Los primeros desfiles de carrozas
El primer gran cambio hacia el Carnaval que conocemos hoy llegó en la década de los 70, con los primeros desfiles de carrozas, que se celebraban entonces por la calle Real. “Creo que fue en el 73, siendo don Rogelio Tenorio alcalde de Arrecife, cuando comenzaron a desfilar las primeras carrozas y a verse alguna comparsa. Bueno, más que comparsa, grupitos de chicos del instituto, porque aquí tampoco llegaban telas ni cosas de esas, y hacían lo que podían”, matiza Francisco José Navarro.
Después llegó la Gala de la Reina del Carnaval, que también empezó siendo algo muy modesto. “Las chicas que se presentaban salían con la ropita que tenía la comparsa o la que tenía la murga, no era como estos trajes de lentejuelas que vinieron después”, explica Francisco José Navarro, que también fue presentador de esas galas en muchas ocasiones.
Con el tiempo el concurso evolucionó – “imitando a Gran Canaria y Tenerife”, apunta Navarro- y los ayuntamientos y las empresas se implicaron patrocinando grandes trajes. “Yo llegué a presentar hasta siete candidatas en el concurso”, recuerda. Sin embargo, con los grandes diseñadores también se fueron disparando los costes, y cada vez había menos casas comerciales dispuestas a patrocinar los trajes. Finalmente, la escasez de candidatas llevó a suspender este concurso en 2018, aunque ahora el Ayuntamiento de Arrecife ha propuesto recuperar esta gala.
En cualquier caso, Francisco José Navarro se remonta a muchos años antes para recordar con nostalgia el antiguo Carnaval de su juventud. “Las cosas evolucionaron. No quiero decir que el de hoy sea peor. Aquel era un carnaval más pobre porque no había para más, pero en aquel tiempo lo vivíamos intensamente, porque no teníamos otra cosa”.
La identidad eclipsada por “las plumas y la brillantina”
“Se ha perdido mucho la identidad de lo que fue nuestro Carnaval por querer parecerse a Gran Canaria y sobre todo a Tenerife”. Lo afirma con nostalgia Francisco José Navarro, que cree que se ha dado demasiado espacio a la “pluma, la lentejuela y la brillantina” y echa de menos que la gente pueda venir al Carnaval de esta isla y decir: “Es distinto”.
Benito Cabrera, por su parte, coincide en que los Carnavales de Lanzarote “no han evolucionado hacia algo totalmente distinto, como pueden ser los empolvados de La Palma” -lo que hoy son Los Indianos-, aunque matiza que esas fiestas también “han derivado en un gran botellón”, que tiene más de “espectáculo que de expresión espontánea”.
En el caso de Lanzarote, Cabrera elogia el trabajo que han hecho agrupaciones como Los Buches y Los Diabletes, y cómo siguen impartiendo talleres, saliendo a la calle e incorporando nuevos miembros para mantener esta tradición. Sin embargo, reivindica que debería “recuperarse un espacio más natural para ellos”.
“No deja de ser un tanto ortopédico ver a Los Diabletes en un desfile en Costa Teguise, por ejemplo. Parece que no va acorde. Yo creo que habría que trabajarse un poquito más el que esas expresiones tan antiguas tuvieran un espacio propio”, plantea, reclamando nuevos espacios para ellos y para otros elementos tradicionales, como los Toros de Tiagua.
En su opinión, el reto es “intentar que las cosas muy especiales tengan un espacio mesuradamente organizado”, Es decir, que se apoye, pero que no se organice en exceso. Cabrera reconoce que “es muy complicado, porque si lo diriges demasiado se convierte en algo artificial y si no lo proteges se pierde”, pero cree que “hay que buscar un punto intermedio” para conseguir que la gente “lo haga suyo, no porque lo dice la institución, sino porque lo aprecias como un elemento que te pertenece patrimonialmente”.
También Francisco José Navarro reivindica un verdadero espacio para el Carnaval tradicional. “No que vengan seis Buches o seis Diabletes a un acto en Arrecife. Que vengan al completo Los Diabletes y que hagan una danza y que el pueblo lo vea y explicarle lo que significa”. Y lo mismo reclama para los que eran “los carnavaleros tradicionales, que los liquidaron totalmente”.
“Al Charlot, Domingo que en paz descanse, Pepe García… Toda esa gente que salía se fueron cansando. Eran un atractivo que tú los veías y eran los personajes del Carnaval, pero se retiraron”, lamenta. Y el motivo, en su opinión, es que no se les daba su espacio ni su protagonismo, ni en el escenario ni en los desfiles. Eso es lo que Navarro también considera que habría que recuperar, junto con los antiguos disfraces “con los que se revestían” antes: “Las mujeres vestidas con una sábana y unos lazos arriba, los que se ponían la almohada en la barriga… “Se podría hacer un baile de disfraces de mascaritas revestidas, ¿no? Sin plumas ni lentejuelas”.
Revista Mensual de Ocio y Cultura de Lanzarote — Febrero 2025