El arte como espejo de lo esencial
En un tiempo en el que todo parece acelerado, complejo y saturado, el arte sigue siendo uno de los pocos espacios donde aún es posible detenerse a pensar, a sentir y a mirar con atención. No mirar para consumir, sino mirar para comprender. En ese gesto pausado hay una potencia transformadora que escapa a la lógica de la utilidad inmediata, y que resulta más necesaria que nunca.
Porque el arte, cuando es honesto, no se conforma con ofrecer respuestas rápidas. Nos incomoda, nos pregunta, nos obliga a contemplar lo que a menudo pasamos por alto. No se trata solo de lo bello, ni de lo impactante, sino de aquello que nos permite observarnos desde otra perspectiva: ¿qué es lo que realmente importa? ¿Qué partes de nuestra vida hemos aceptado sin cuestionarlas? ¿Qué nos sobra, y qué nos hace falta?
La obra de Ico Mosquera, que estos días puede visitarse en El Almacén, encarna con delicadeza esa capacidad del arte para proponernos una pausa. Una instalación aparentemente sencilla, íntima, construida sin artificios técnicos, nos recuerda que la reflexión más profunda puede surgir del juego, de la intuición y de lo cotidiano. Lo que propone no es un espectáculo, sino un refugio: un espacio para repensar desde dentro.
Y es que quizás una de las mayores virtudes del arte contemporáneo es precisamente su capacidad para abrir espacios de duda. Nos ayuda a identificar lo superfluo, a cuestionar la nostalgia idealizada del pasado y a poner en evidencia cómo muchas de las “comodidades” que nos ofrece el presente son también fuentes de malestar o ruido mental, como apunta Mosquera.
Desde Lanzarote, una isla que obliga a mirar con atención la relación entre paisaje y cultura, entre cuerpo y territorio, estas preguntas no son abstractas. Están profundamente ligadas a nuestra forma de vivir y a los desafíos sociales que nos atraviesan: la dificultad para acceder a una vivienda digna, la sobreexplotación del entorno, el ritmo productivo que se impone también en la cultura. Frente a todo eso, el arte puede ofrecer una pequeña resistencia. No como evasión, sino como posibilidad de imaginar otros modos de habitar.
Hay quien dice que el arte no cambia el mundo. Puede que no lo haga de forma directa, pero sí cambia la forma en que lo miramos. Y, a veces, basta con eso para empezar a transformarlo.