Fermina Santana tenía una idea clara para uno de los pequeños islotes situados frente a la bahía de Arrecife: soñaba con construir allí un astillero. La pesca estaba en plena expansión en Lanzarote, pero los barcos tenían que traerse de otras islas, y fue una mujer emprendedora la que vio esa oportunidad.
En 1918, consiguió una concesión administrativa de la Comandancia de la Marina para hacer realidad su proyecto y, al mismo tiempo, para unir para siempre su nombre al de ese Islote. Dejó de ser el Islote del Quebrado, como se conocía antaño, para convertirse en el Islote de Fermina (no “de la Fermina”, como erróneamente es rebautizado en ocasiones).
De eso hace más de un siglo y, desde entonces, este “satélite” marino ha conocido muchos otros proyectos. El declive de la pesca y la transformación de la capital llevaron a pensar en otros usos, pero todos se fueron quedando por el camino. Incluso hoy, tras la última remodelación que permitió que hace un año abriera por fin sus puertas al público, las administraciones siguen pensando cómo sacar más partido a este emblemático lugar de la capital.
Inauguración a medio gas
Después de varias inversiones millonarias y muchos años de espera y abandono, la inauguración tuvo lugar en enero del pasado año, pero solo es posible visitarlo entre las 10 y las 17 horas. El uso de la seductora piscina no está permitido y la única opción es tomar algo en la cafetería, que depende de los Centros Turísticos y ofrece bocadillos y sándwiches.
El Islote también acoge eventos, conferencias y presentaciones, ya que cuenta con salas polivalentes; y se ha convertido en escenario de algunas de las citas culturales y festivas de la capital. Sin embargo, su uso sigue estando muy limitado, entre otras cosas por lo sensible del espacio y por el alto coste de mantenimiento que implica. De hecho, eso retrasó durante años su puesta en marcha, con un largo pulso entre el Ayuntamiento de Arrecife y el Cabildo, para ver quién asumía su gestión y los gastos que conlleva.
Hoy, el debate sigue abierto, porque tanto el Consistorio como la Corporación insular son conscientes de que las posibilidades de este lugar son mucho mayores. Y de nuevo, se ha vuelto a poner sobre la mesa una de las alternativas que se han barajado en las últimas décadas: convertir el Islote de Fermina en el “centro neurálgico de los deportes náuticos” de la ciudad.
El Ayuntamiento de Arrecife, que es quien tiene la concesión sobre este espacio, ha recuperado esta idea. “Nuestro objetivo es conocer las inquietudes que tienen los distintos clubes y entidades deportivas y recoger sus sugerencias para, a partir de aquí, ponernos a trabajar en colaboración con el Cabildo”, explicó el alcalde, Yonathan de León, tras la reunión a la que convocó a distintos representantes del sector náutico, en la que también participaron los consejeros de Deportes, de Obras Públicas y de Hacienda del Cabildo.
“Lo primero que vamos a determinar es qué se puede o no se puede hacer en el islote, elaborando para ello un estudio de viabilidad sobre el mejor acceso posible al mar, así como las posibles dependencias a ubicar en función de la superficie disponible”, adelantó el consejero de Deportes de la Corporación insular, Juan Monzón.
“Una vez se valore con exactitud la viabilidad técnica, podremos determinar qué deportes son los más adecuados para este espacio que, además, seguirá abierto a otros usos para el disfrute ciudadano y centro turístico”, añadió el alcalde. De nuevo, aunque ahora al menos puede disfrutarse unas horas al día o en eventos puntuales, la capital vuelve a pensar qué hacer con su Islote más emblemático.
La mirada de Manrique
La idea de aprovechar este espacio como lugar de ocio se empezó a plantear a finales de los años 60, cuando el turismo empezaba a despegar en Lanzarote. La empresa que tenía entonces la propiedad del Gran Hotel, Promociones Turísticas Canarias SA, solicitó autorización a puertos para ocupar el islote ubicado junto al establecimiento alojativo, con la idea de incrementar los servicios que ofrecían.
Fue entonces cuando Protucasa se dirigió César Manrique. Quería que el artista mejorara el proyecto y dejara en él su sello, ya que además de las numerosas intervenciones que había realizado en Lanzarote, Manrique ya había participado en las obras del Lago Martiánez en Tenerife.
Para el Islote, César Manrique diseñó una intervención consistente en una piscina de 3.600 metros cuadrados, solárium, embarcadero y cafetería. Las obras llegaron a iniciarse, pero nunca se culminaron. Protucasa paralizó el proyecto cuando estaba ya muy avanzado, y en el Islote quedaron el vaso de la piscina, unos zocos y parte de las estructuras, que se sumieron en el abandono.
Casi una década después, ya a principios de los 80, el Ayuntamiento de Arrecife se planteó recuperar este espacio para la ciudad, con la idea de convertirlo en una extensión del Parque Islas Canarias, y se llegó a encargar un anteproyecto. Sin embargo, hicieron falta 43 años más para que abriera sus puertas. Y en medio fueron muchos más los proyectos, los anuncios y las vicisitudes.
Mareas
La basura y los escombros se acumulaban en el Islote de Fermina, que se siguió deteriorando sin que nadie le pusiera remedio. Y la puntilla llegó en noviembre de 1994, con el incendio del Gran Hotel. El establecimiento llevaba cuatro años cerrado, habitado por ocupas, y ya había sufrido otros conatos de incendio, pero ninguno como aquel. “Ardió por los cuatro costados, ante la mirada impotente de los bomberos”, publicó al día siguiente el diario El País.
Su estructura de hormigón armado evitó que el edificio se derrumbara con el fuego, y ese esqueleto calcinado acompañó durante años la imagen de la ciudad, haciendo juego con el abandono del Islote, que seguía agonizando a su lado.
En el año 2000, pareció que por fin llegaba una solución. El Gobierno de Canarias decidió implicarse en la recuperación del Islote de Fermina y convocó un concurso de ideas. El fallo se conoció en marzo de 2001 y el ganador fue el proyecto “Mareas”, del arquitecto lanzaroteño Carlos Morales.
Su historia está ligada a la pesca y al emprendimiento de una mujer, pero también a décadas de abandono. Ahora, tras su apertura en 2023, el debate para ampliar sus usos vuelve a estar abierto
El diseño eliminaba la piscina prevista por Manrique e incluía nuevos elementos. Quería aprovechar las estructuras levantadas en su día y ampliarlas, para albergar varios espacios de restauración con terrazas cubiertas con pérgolas, un centro náutico y hasta un acuario. Además, planteaba que desde allí salieran barcos para realizar visitas a la marina de Arrecife. Jamás llegó a ponerse ni una primera piedra de ese proyecto.
Lo que sí hicieron coincidiendo con aquel concurso fue construir un puente para conectar el Islote con la ciudad, sin tener en cuenta ni el proyecto que supuestamente iba a ejecutarse ni tampoco la fisonomía del litoral arrecifeño. La promesa era que tendría “el mismo estilo que el del Castillo de San Gabriel, recubierto con piedra natural”. Es decir, lo opuesto a lo que se terminó ejecutando. Las críticas fueran sonadas. Una de ellas, la de Alternativa Ciudadana, que lo definió como “un pegote de mucho cuidado” y “un adefesio”, y pidió sin éxito que fuera sustituido.
Mientras tanto, El Islote seguía acumulando abandono. El proyecto de Carlos Morales quedó aparcado en algún cajón y el Ayuntamiento empezó a hablar de modificarlo. La entonces alcaldesa, María Isabel Déniz, parecía tener sus propios planes y defendió que debía dejarse en manos privadas, para que una empresa ejecutara las obras a cambio de quedarse un tiempo con la explotación.
Su idea no prosperó, pero tampoco el proyecto de Morales. En 2005, cuatro años después de adjudicarse ese concurso, el Gobierno de Canarias anunció un nuevo proyecto para El Islote, respetando la idea original de César Manrique.
Obras millonarias por duplicado
Las obras se presupuestaron en 1,2 millones de euros, pero terminaron costando el doble. En cuanto al plazo de ejecución, era de 9 meses y se triplicó. No obstante, estando aún inacabadas las obras se realizó una especie de inauguración, coincidiendo con las elecciones municipales de 2007. Después de aquel día, el Islote no volvió a abrir sus puertas. Tampoco cuando finalmente se entregaron las obras, en agosto de 2008, ni en la década siguiente.
La explicación fue que había caducado la concesión administrativa de la Autoridad Portuaria de Las Palmas y había que solicitar una nueva. Tardaron un año en conseguirla y entonces ya tampoco servía. Primero, porque la falta de mantenimiento y los actos vandálicos que se produjeron por la falta de vigilancia habían deteriorado la obra hasta el punto de que se hacía necesaria una nueva intervención. Además, mientras el Ayuntamiento dejaba pasar el tiempo, Puertos decidió desafectar la zona y pasó a depender de Costas, por lo que empezó un nuevo calvario burocrático, mientras el Islote seguía deteriorándose.
Pero el verdadero problema no estuvo en la burocracia, sino en que se inició una obra sin saber exactamente el uso que se le iba a dar, ni quién lo iba a gestionar, ni si se iba a permitir el acceso libre o abonando alguna tasa. Todo estaba sobre la mesa y con las obras terminadas y entregadas, el debate seguía abierto.
El Ayuntamiento quería que los Centros Turísticos gestionaran la cafetería y estos no querían asumir solo ese servicio, para evitar nuevas pérdidas en restauración. Se volvió a hablar de añadir nuevos usos, como un museo del mar, de la sal o de cetáceos. Y después de los casi dos millones y medio de euros invertidos, se volvió a hablar también de ceder este espacio a inversores privados, para construir un “gran acuario”.
Los promotores de aquella propuesta tuvieron una constante presencia en los medios y en las instituciones, pero cuando parecía que iban a recibir luz verde, el Ayuntamiento cambió de postura y desechó esta iniciativa. Finalmente, en 2018, de la mano de los Centros Turísticos, se acordó realizar nuevas obras para reparar y volver a acondicionar este espacio, con un presupuesto de casi 1,4 millones de euros.
El Ayuntamiento busca nuevas formas de aprovechar el Islote y vuelve a proponer convertirlo en un centro de deportes náuticos y un espacio dinamizador del turismo en Arrecife
Entonces anunciaron que el propósito era convertir el Islote en “un espacio dinamizador de la actividad turística de Lanzarote a partir del ocio náutico ligado a la sostenibilidad del mar, la innovación tecnológica y el talento”. Las obras volvieron a ejecutarse, pero su apertura aún tardó varios años, que hicieron temer que la historia volviera a repetirse.
Finalmente, en enero de 2023 abrió sus puertas, aunque con unos usos mucho más limitados de lo que se había anunciado. Año y medio después, vuelve a estar sobre la mesa el debate para aumentar el aprovechamiento de este espacio.
La historia de Fermina sin final feliz
Fermina Santana nació en 1870 en Arrecife y vivió en la calle Esperanza, muy cerca de donde se encontraba entonces la Pescadería, o lo que es lo mismo, donde se desembarcaba el pescado. Pero su primer emprendimiento no estuvo vinculado a la mar, sino a la costura, abriendo su propio taller. Después, dejó esa actividad y se convirtió en armadora.
Su marido, con quien tuvo nueve hijos, era patrón de altura, y juntos empezaron comprando un barco. Los beneficios los reinvirtieron en la compra y reparación de otros navíos y, después, se embarcaron en su construcción. El más emblemático fue “Fermina”, una balandra de 25 metros de eslora que resistió 33 años de actividad, hasta que terminó naufragando cuando ya había pasado a otras manos.
Con la llegada de la Segunda República española, cobraron fuerza los sindicatos y se iniciaron protestas reclamando mejoras laborales, que también llegaron a Lanzarote de la mano de los trabajadores del mar.
Los nietos de Fermina Santana recordaban a principios de este siglo, en un artículo publicado en La Voz de Lanzarote, que al parecer hubo una decisión adoptada por La Gremial, posiblemente algún acuerdo para zanjar el conflicto con los marineros, al que Fermina Santana se opuso, por lo que un comandante de la Marina presionó para que fuera encarcelada, junto con otro armador.
En el caso de Fermina, al estar enferma, fue recluida en el Hospital que existía entonces junto a la Iglesia de San Ginés. Allí murió un 13 de agosto de 1937, a los 67 años de edad.
Un Islote, varios nombres
Mucho antes de que Fermina Santana pusiera su vista en él, el Islote que hoy lleva su nombre era conocido como el Islote del Quebrado. Según el libro “El Puerto del Arrecife”, de Antonio J. Montelongo y Marcial A. Falero, la denominación le venía del antiguo uso que se le daba a ese fragmento rocoso.
En concreto, explicaban que los arrecifeños utilizaban el islote como plataforma para la pesca de las toninas y allí mismo se “quebraban” los ejemplares capturados para despiezarlos. Y de ahí surgió lo del “Islote del Quebrado”.
Después, tras convertirse en astillero, ese nombre dio paso al de Islote de Fermina, aunque en las últimas décadas rivalizó con otro: Islote del Amor. En el caso de esta denominación, surgió porque en su día era frecuente que algunas parejas se acercaran hasta allí por su situación apartada, para tener intimidad.
No obstante, esa costumbre desapareció hace años y también se ha ido apagando esa denominación, que era muy cuestionada por los expertos en la historia y la toponimia de la isla.